El destino estaba marcado, no fue en la tercera pero si en el cuarto atentado contra su vida que la lucha de Mahatma Gandhi por la Paz acabó con su existencia, cuando un fundamentalista indio lo baleó, en medio de una congregación, el 30 de enero de 1948.
Ram Naturam, un joven que imaginó en Gandhi un ideólogo que podía acabar con la supremacía india en su país a manos de los musulmanes, no dudó en descargar tres balazos en el frágil cuerpo del líder de 78 años, que murió en el acto.
El hombre que desafió durante años al Imperio Británico usurpador colonial de su país, y que logró la independencia luego de la Segunda Guerra Mundial, vio que esa nación que soñó libre e soberana no tenía un espacio para él.
Gandhi fue el abogado que renunció a sus bienes personales y sólo con lo que podía crear con sus manos, descalzo, con harapos y una predica no violenta movilizó a millones de indios, y puso contra la pared al colonialismo del Imperio, además de luchar contra el régimen feudal, el sistema de castas y la injusticia social.
Su lucha en los últimos años por evitar la subdivisión del país –India tras la independncia quedó para los hindúes y Pakistán para los musulmanes- fue mirada con recelo por ambos grupos religiosos, que en la predica del hombre de la Paz por la unión de ambos países vieron fantasmas de dominio de un grupo sobre el otro.
Así, en pocos años, luego de militar durante más de cuatro décadas, primero en Sudáfrica y desde 1915 en su país natal, por la libertad de sus compatriotas, Gandhi salió ileso de tres atentados, uno en Calcuta, a manos de los indios, y después en Nokahali, esta vez por acción de los musulmanes.
El inicio de la lucha de Gandhi fue por una India libre y como parte de ese sueño de integración el luchador de la paz logró movilizar a millones de compatriotas a través de sus protestas no violentas, que lo llevaron muchos años a la cárcel, auqneu ese hecho no anuló la resistencia civil que incluyó ayunos extensos que en los últimos años afectaron su salud.
Días antes de su muerte, en el mismo parque donde cada anochecer daba sus oraciones a la comunidad que lo seguía, una bomba arrojada por sobre un muro le dejó algunas heridas que no amilanó su lucha.
El 30 de enero de 1948 –hace 60 años- Naturam, que estaba sentado en primera fila entre los seguidores de Gandhi, sacó de su saco una pequeña pistola y le disparó sin piedad a un hombre que apenas podía sostenerse sobre sus ya débiles piernas.
El sueño de esta “Alma grande” (Mathama) de unir a su pueblo no se pudo concretar, ya que no solo la religión fundamentalista los llevó a India y Pakistán a dos guerras una en 1965 y otra en 1971, sino que el signo de la violencia trivial aún sobrevuela estos pueblos.
Los mismos odios que hace medio siglo dominan la región, acabaron, hace miu pocoas semanas con una figura política de la ex primera ministra de Pakistán, Benazir Bhutto, quien fue asesinada por un atentado con orígenes similares: el odio racial y religioso.
Como Martin Luther King, el otro gran incitador del siglo XX por la integración, Gandhi dejó su vida en la predica de sus ideas y hace que hoy su palabra parezca una realidad poco creíble.
Así, pareciera que se cumple un pensamiento del físico Albert Einstein quien dijo tras su muerte: “Quizás alguna vez las futuras generaciones duden que este hombre haya sido realmente de carne y hueso”. Pero, sin dudas, Gandhi lo fue.
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